"ABC ha concedido su premio taurino a la ganadería de
Miura, los ásperos toros de la finca de Zahariche que les pararon el corazón al
Espartero y a Manolete. Al premiar estos toros legendarios cuyo mero nombre
infunde miedo, ABC acierta de pleno, pues en un miura se sintetiza todo lo que
la fiesta de los toros significa.
Los animalistas siempre han pretendido presentar al
toro de lidia como si fuera una mezcla de Ferdinando, aquel torete sarasa y
relamidín que se extasiaba oliendo las florecillas del campo, e Idílico, aquel
cabestro que indultó José Tomás, que no hacía otra cosa sino trotar en círculo,
como si acabase de escapar de un tiovivo para niños lactantes. Pero lo cierto es
que el toro –Foxá dixit– no es un animal
democrático, sino una fiera totalitaria. Algo de esto han intuido los pelmazos
de la literatura antitaurina, desde Jovellanos al inefable Eugenio Noel, con su
cara de mejillón cocido y sus bigotes a la boloñesa, que unánimemente han
tachado las corridas de toros de fiesta contraria al progreso y la democracia;
en lo que tienen más razón que una legión de santos. Pues, para hacerlo
demócrata, al toro de lidia habría que infundirle las virtudes de la templaza y
la mansedumbre que adornan a los bueyes de Kobe o a las vacas holandesas y
suizas.
El progreso y la democracia son hijos del pensamiento
lógico y cartesiano, incapaz de entender que todo el esfuerzo y la inversión del
ganadero se dilapiden en unos pocos minutos, entre pases de franela roja, sin
posibilidad de sacarles partido comercial. El pensamiento lógico y cartesiano (o
sea, democrático), puesto a imaginar un animal con cuernos, piensa en
ordeñadoras de aluminio, en piensos compuestos, en leche pasteurizada, en
solomillos inyectados de clenbuterol. Pero el pensamiento del español viejo
siempre fue intuitivo y catolicón (o sea, antidemocrático); y, puesto a imaginar
un animal con cuernos, piensa en un miura revirado, azuleante de tan negro, que
quiere reventarle el corazón al torero, para buscarle las sílabas rotas de sus
latidos, como en un libro desencuadernado. Por eso en los países democráticos la
aristocracia bovina la representan las vacas lecheras; y por eso en España (o
siquiera en la España que resiste numantinamente las modas foráneas) la
aristocracia bovina la representan los miuras. Porque ante un miura nuestro
sentimiento trágico de la vida se hace más hondo; porque Miura es a España lo
mismo que Esquilo a Grecia.
El pensamiento lógico y cartesiano, como no cree en la
otra vida, no quiere saber nada de la muerte, que disfraza de blanco y envuelve
entre gasas antisépticas, inyecciones de morfina y eutanasias de rostro amable;
por eso sueña con vacas pastueñas, blanquitas o todo lo más moteadas como un
gabán de señora. El pensamiento intuitivo y catolicón del español viejo, como
cree en la otra vida, mira a la muerte a los ojos y la viste de negro, hedionda
y terrible, verdeante de moscas, con gusaneras de Valdés Leal y plañideras de
Julio Romero de Torres; por eso sueña con miuras fieros y, bien confesadito, se
arroja sin miedo a torearlos, porque sabe que después de esa muerte negra como
un tizón sobreviene la gloria eterna, allá en la Jerusalén celeste.
Un miura es, en fin, un escándalo en esta fase
democrática de la Historia, tan dulce y humanitaria, con sus abortorios
trabajando a destajo y sus degüellos de cristianos transmitidos por Youtube, que
a los animalistas ni siquiera los inmutan, pues están muy democráticamente
ocupados en convencernos de que los toros meriendan nardos y se cuestionan su
«género» y «opción sexual», de tan sensibles que son. "
Juan Manuel de Prada
ABC
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