… Saltó al
ruedo el tercer toro.
que el sol
resbalando brillo
de agua
corriente fingía.
Ya está
Pepete en la arena.
Ya la
fiera lo divisa.
Ya hasta
el momento suspende

su
irremediable caída.
Pepete,
como la tarde,
de azul y
de oro vestía.
El ala de
su capote
revolaba
en sangre viva.
¡Qué bien
plantado! ¡Qué firme
su
arrogancia bien nacida!
Las
grandes patillas negras
y la
cintura de avispa.
De negro
carbón los ojos,
la mano
morena y fina.
Como
sombra la mirada
de la
reina le seguía.
¡Dadme,
dadme la garrocha!
¡Quiero
ser bandera viva
que en el
cielo de esta tarde
flamee su
gallardía!
Flotó su
cuerpo en el viento.
¡Oh,
mariposa cautiva,
clavada
por el instante
de la
tarde en la vitrina!
Debajo, el
toro buscaba
su bella
presa perdida.
-¡Que se
repita la suerte!-
la reina a
voces pedía.
-No la
repitas, Pepete!
¡Pepete,
no la repitas!
El toro ya
está avidado,
y en ello
te va la vida.
Nuevamente
hendió los aires,
pez de
seda en agua limpia
de sol de
mayo…
La fiera
le aguardó
inmóvil, erguida.
Cinco
veces hundió el cuerno
en aquella
llama viva.
Disuelto
en los cinco chorros
se le
escapaba la vida.
Ya se lo
llevan del ruedo
con rumbo
a la enfermería.
Ya son de
vidrio sus ojos
y de cera
sus mejillas.
Amarilla
flor tronchada
se deshoja
su sonrisa…
Sangre y
tarde, sobre el ruedo
en
claveles florecían.
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