por el
cerrado la menuda hierba!
¡Cómo
andan tranquilos
con
perezosa majestad de atletas!
Y de
pronto se paran:
con
pupilas serenas
mirando al
horizonte
y sienten
en la sangre
el celo y
la querencia…
Después,
con paso tardo
recorren
la pradera;
cogiendo
van los húmedos manojos
de
florecillas tiernas.
No se oye
ni un bramido
en la muda
extensión de la dehesa:
¡es la paz
angustiosa
que
precede a la sangre y la tragedia!
En la
calma solemne de la tarde,
¡qué
misterio de fuerza,
qué
profunda quietud en el cerrado,
y qué
augusto silencio por doquiera!
¡Qué
ansiedad temerosa
el paisaje
magnífico despierta!
De la
laguna al borde, solitaria,
se yergue
la cigüeña.
¡Tienen
los bravos toros, mientras pacen
bajo el
sol, una magnífica belleza!
Y con los
duros cuernos,
de
hincarlos en la tierra
en los
momentos de coraje ardiente,
revestidos
de flores y de hierba,
¡parécenme
sagrados
toros que
van a una pagana fiesta!
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