¡Cómo pudo, cómo pudo
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
Los pitones van torcidos,
el plomo marcha derecho;
aquellos te hirieron tanto,
éste, una vez, y estás muerto.
¡Cómo pudo, cómo pudo
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
En el silencio del cuarto
-soledad del redondel-,
tú, y un torito de plomo
pequeño, que ni se ve;
y una arrancada de pólvora,
una cornada en tu sién,
y tu muerte en la pasmada
soledad del redondel.
Un hilo manso de sangre,
sin posible enfermería,
poco a poco se cuajaba,
roja escarcha, en tu mejilla.
¡Cómo pudo, cómo pudo
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
O es que, cuando aquel torillo
de lumbre te dejó frío,
ya estabas tú empitonado
por el toro del hastío...?
Qué corrida de amargura
bajo tu frente abatida;
qué toros de sinsabor
en la plaza de la vida,
qué toros de sinsabor
andaban dando cornadas
dentro de tu corazón...?
¿Acaso quisiste huirle
-qué tremenda única vez-
a ese toro, con frecuencia
marrajo, de la vejez?
¿Fue que volviste al espalda
-que única vez con razón-
al eral, florido, tierno
y astifino del amor?
¿Fue que le tuviste miedo
-que única vez de agonía-
al toro manso, más manso,
al de la melancolía?
¿O más bien, que no quisiste,
porque no, torear más
al reservón, negro y largo
toro de la soledad...?
Si no pudieron contigo
los toros de furia brava
que matan a pitón limpio;
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
Los pitones van torcidos,
el plomo marcha derecho;
aquellos te hirieron tanto,
éste, una vez, y estás muerto.
¡Cómo pudo, cómo pudo
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
En el silencio del cuarto
-soledad del redondel-,
tú, y un torito de plomo
pequeño, que ni se ve;
y una arrancada de pólvora,
una cornada en tu sién,
y tu muerte en la pasmada
soledad del redondel.
Un hilo manso de sangre,
sin posible enfermería,
poco a poco se cuajaba,
roja escarcha, en tu mejilla.
¡Cómo pudo, cómo pudo
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
O es que, cuando aquel torillo
de lumbre te dejó frío,
ya estabas tú empitonado
por el toro del hastío...?
Qué corrida de amargura
bajo tu frente abatida;
qué toros de sinsabor
en la plaza de la vida,
qué toros de sinsabor
andaban dando cornadas
dentro de tu corazón...?
¿Acaso quisiste huirle
-qué tremenda única vez-
a ese toro, con frecuencia
marrajo, de la vejez?
¿Fue que volviste al espalda
-que única vez con razón-
al eral, florido, tierno
y astifino del amor?
¿Fue que le tuviste miedo
-que única vez de agonía-
al toro manso, más manso,
al de la melancolía?
¿O más bien, que no quisiste,
porque no, torear más
al reservón, negro y largo
toro de la soledad...?
Si no pudieron contigo
los toros de furia brava
que matan a pitón limpio;
si no pudieron contigo
-si es verdad que no pudieron-
estos toros que te digo,
los del amor, la vejez,
la soledad y el hastío...,
¡cómo pudo, por qué pudo
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
Los pitones van torcidos
y el plomo marcha derecho;
aquellos te hirieron tanto...;
éste, una vez, y estás muerto.
Y en el aire, la pregunta
está vestida de negro,
arañándose la duda:
¡Cómo pudo, por qué pudo,
-si es verdad que no pudieron-
estos toros que te digo,
los del amor, la vejez,
la soledad y el hastío...,
¡cómo pudo, por qué pudo
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
Los pitones van torcidos
y el plomo marcha derecho;
aquellos te hirieron tanto...;
éste, una vez, y estás muerto.
Y en el aire, la pregunta
está vestida de negro,
arañándose la duda:
¡Cómo pudo, por qué pudo,
con un torero tan grande
un torillo tan menudo!
MANUEL BENÍTEZ CARRASCO
un torillo tan menudo!
MANUEL BENÍTEZ CARRASCO
No hay comentarios:
Publicar un comentario