¡Cómo pudo, cómo pudo con un torero tan grande un torillo tan menudo!
Los pitones van torcidos, el plomo marcha derecho; aquellos te hirieron tanto, éste, una vez, y estás muerto.
¡Cómo pudo, cómo pudo con un torero tan grande un torillo tan menudo!
En el silencio del cuarto -soledad del redondel-, tú, y un torito de plomo pequeño, que ni se ve; y una arrancada de pólvora, una cornada en tu sién, y tu muerte en la pasmada soledad del redondel. Un hilo manso de sangre, sin posible enfermería, poco a poco se cuajaba, roja escarcha, en tu mejilla.
¡Cómo pudo, cómo pudo con un torero tan grande un torillo tan menudo!
O es que, cuando aquel torillo de lumbre te dejó frío, ya estabas tú empitonado por el toro del hastío...? Qué corrida de amargura bajo tu frente abatida; qué toros de sinsabor en la plaza de la vida, qué toros de sinsabor andaban dando cornadas dentro de tu corazón...?
¿Acaso quisiste huirle -qué tremenda única vez- a ese toro, con frecuencia marrajo, de la vejez?
Fue una tarde de toros, hace muchos años, en la plaza “El Toreo”, cuando aún estaba en La Condesa. Y digo que fue hace muchos años, porque el toro, a quien acababan de dar la puntilla, pesaba sus arrobas, al grado de que las tres mulillas uncidas al balancín no acertaban a arrastrarlo.
El público, primero con indiferencia y después con crecientes expresiones de burla veían a los monosabios fracasar una y otra vez en su intento.
En los tendidos empezó a concentrarse una vez, que la repetición convertía en clamor: ¡Simón, Simón, Simón! Simón el monosabio no solía intervenir en las faenas de arrastre, a cargo de segundas manos, y no se hallaba cerca. Al oír que el público llamaba, cruzo paso a paso el ruedo, sin quitar la vista de la escena. Apenas llego al sitio, ordeno que quitaran a una de las mulillas.
Raúl Orozco Que la muerte me tome por asalto. Pero yo no me rinda, que me entregue, que baje la guardia… Jamás de los jamases. Que la muerte me tome por asalto Y ni así será enteramente mi dueña. Declaraciones Apócrifas II Raúl Orozco Nunca averigüé Si fui ingenuo o alguien con demasiado talento como para poner los pies sobre la tierra.